Imagina un experimento con un avión diseñado por un equipo de científicos locos. El aeroplano tiene una cantidad limitada de combustible, así que debe de descender tarde o temprano. Los científicos locos le dan a los 1000 habitantes del avión dinero por cada minuto que permanezca en vuelo y paga más dinero mientras se eleve más y gane mayor velocidad. El dinero se distribuye inequitativamente, y aquellos que tienen más dinero toman las decisiones. Así que los 10 pasajeros que poseen el 50% de la riqueza pilotean el avión, considerando únicamente las ideas de los siguientes 90 pasajeros en el escalafón que posean el 38%. El piloto ignora los 900 pasajeros que comparten el 12% remanente de las riquezas del avión. Felizmente, casi todos se emocionan cuando el avión vuela lo más alto y rápido posible, con esperanza de incrementar sus ganancias.
Los pilotos queman turbosina lo más rápido posible elevando el ángulo de vuelo lo más alto posible mientras no se desestabilice. Aunque se dan cuenta de que pronto el avión quedará sin combustible quedará varado a una gran altitud, tienen la expectativa de emplear los 10 paracaídas que están a bordo para escapar con la riqueza antes de que se estrelle contra el piso. La mayoría de los pasajeros menos acaudalados tienen una preocupación vaga, sin embargo, no prestan atención a los instrumentos de lectura para entender plenamente la situación. Confían en que los pilotos idearán un plan que evite el desastre mientras se mantiene el suministro de dinero.
Unos cuantos pasajeros viven con gran preocupación. Estiman que el combustible que queda sólo es suficiente para permitir un aterrizaje seguro si el avión comienza el descenso inmediatamente. Pero los pilotos muestran la intención de volar más arriba hasta que no puedan más por el agotamiento completo de combustible con una falta absoluta de control.
Los alarmistas intentan advertir a todos del inminente peligro y un pequeño grupo de pasajeros se frenan en la competencia por acumular más dinero y dedicar tiempo a escuchar la advertencia. Aunque la mayoría ignoran el mensaje con rapidez (porque no es tan interesante como el dinero y las cosas que puede comprar), unos cuantos admiten con mal humor que acelerar sin fin hacia arriba pueda ser mala idea. Pero nadie disfruta de pensar que el viaje placentero termine por haberlo aterrizado voluntariamente, así que hay un murmullo general acerca de cómo mantenerse volando para siempre si se instalan paneles solares y turbinas eólicas en las alas. (Un físico intenta explicar que la energía solar y eólica no pueden lograr más que prender los foquitos de la cabina, pero el murmullo alza la voz lo suficiente para ahogar su pesimismo ignorándolo.)
Algunos optan por limitar voluntariamente su parte proporcional de ingresos del camino suicida del avión, y con la conciencia limpia se distraen cultivando jardines y meditando. Mientras tanto, los pilotos ignoran las discusiones y mantienen su curso. Sin prospecto alguno para lograr el uso de razón de los pilotos o para inspirar a los pasajeros a despertar y tomar la cabina ellos mismos, muchos de los divulgadores sucumben ante la desesperanza o hedonismo.
Finalmente, alguien surge con la idea de cortar las líneas de combustible que alimentan las turbinas. Aunque lo ideal fuera que los pilotos usaran los motores para un descenso seguro, su decisión está en usar cada gota de combustible para acelerar la tragedia, por lo que sabotear las turbinas es la siguiente mejor opción. Por lo menos el avión dejará de ganar una peligrosa altura mayor y retendrá suficiente energía para mantener los sistemas críticos con el generador.
¿Cómo terminará el experimento? ¿Los pasajeros del avión subirán al punto máximo a toda velocidad para obtener los pagos más grandes, estrellándose fatalmente y asesinando no sólo a todos abordo, pero también a quienes les caerán encima? ¿O el saboteador cortará las líneas de combustible a tiempo para que los pasajeros se libren de la hipnosis y desciendan en un aterrizaje de emergencia?