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David Spratt / Código Rojo Climático Climate Code Red
Primera publicación el 10 de marzo de 2019. Copia publicada con permiso
La legislación internacional climática ha fracasado para evitar un camino de calentamiento global catastrófico. Dos causas soslayadas para este fracaso son la manera en la que el conocimiento de la ciencia climática ha sido creada y utilizada por los cuerpos gemelos de las Naciones Unidas, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) y la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC) y la forma de operar de estas organizaciones.
Actualmente se entiende ampliamente que el cambio climático inducido por el hombre durante este siglo es un riesgo existencial para la civilización humana. A menos que las emisiones de carbono se reduzcan rápidamente a cero, es probable que el calentamiento global aniquilará la vida inteligente o reducirá su potencial drástica y permanentemente.
Mientras los legisladores hablan de mantener el calentamiento entre 1.5°C y 2°C por encima de los niveles pre-industriales, una meta muy insegura ya que se están activando puntos de inflexión climática peligrosos a tan sólo 1°C de calentamiento, por su falta de acción están estableciendo en la Tierra un camino de mucho mayor calentamiento que destruirá muchas ciudades, naciones y personas, y muchas, las más perjudicadas, especies.
Esta disonancia cognitiva se manifestó plenamente en la reunión No. 24 de la UNFCCC de la Conferencia de los Partidos (COP24) en Katowice, Polonia el pasado diciembre [2018]. Greta Thunberg, la activista sueca del cambio climático de 16 años que inspiró un movimiento global de “huelgas climáticas” de estudiantes, habló en COP24 con bombos y platillos y gran ovación , denunciando el fracaso en el liderazgo de los adultos de COP que “no tienen la madurez necesaria para decirlo tal cual es":
Tenemos que hablar con claridad, no importa que tan incómodo pueda ser. Sólo hablan de un crecimiento verde eterno (y) de ir hacia adelante con las mismas ideas pésimas que nos metieron en este desastre, incluso cuando la única cosa sensata por hacer es meter el freno de mano. No tienen la madurez de decirlo tal cual es. Incluso nos dejan esa carga a nosotros los niños.
Y luego los adultos pusieron manos a la obra, que fue la redacción de un reglamento para el Acuerdo de París. El resultado es muy pobre para obligar a las naciones a mejorar las ambiciones bajas del COP 2015 y en su lugar sencillamente repiten la súplica a las naciones para actualizar sus compromisos para el 2020.
El logro de París estableció un compromiso nacional de reducción de emisiones, de “abajo a arriba”, voluntario y no-impositivo que podría resultar en un curso de calentamiento de 3.5°C, más cerca de 5°C cuando se toma en cuenta el rango completo de retroalimentación del sistema. Tal resultado, dicen los científicos, es inconsistente con la permanencia de la civilización humana, y puede reducir la población humana a mil millones de personas. Incluso el Banco Mundial dice que puede quedar más allá de la adaptación.
En el prólogo del informe reciente “Lo que quedó por debajo: la subestimación del riesgo existencial climático” (What Lies Beneath: The Underestimation of Existential Climate Risk), el científico eminente y director emérito del Instituto Postdam, John Schellnhuber amonestó que ‘el cambio climático nos está llevando al final del juego, donde muy pronto la humanidad deberá elegir entre tomar acciones sin precedentes o aceptar que se ha demorado demasiado y debe sobrellevar las consecuencias.’
En una entrevista reciente, Schellnhuber dijo que si continuamos por el camino presente “hay un riesgo muy elevado de que acabemos con nuestra civilización. La especie humana sobrevivirá de alguna forma, pero destruiremos casi todo lo que hemos construido en los últimos dos mil años”.
Desde que se estableció la UNFCC en la Cumbre para la Tierra de Río, las emisiones anuales de dióxido de carbono (CO2) de origen humano incrementaron en más del 50% y no hay señales de que su crecimiento disminuya. Desde 1992, el caliento ha aumentado entre 6°C y 1.1°C y la tasa de calentamiento sigue acelerando, donde la Tierra probablemente logre el rango inferior del objetivo de París de 1.5°C dentro de una década. La evidencia de la historia climática de la Tierra sugiere que el nivel actual de CO2 presente elevaría los niveles del mar por muchas decenas de metros y la temperatura aumentaría a niveles que acabarían con la civilización equivalentes a 3.5°C a largo plazo.
La UNFCCC busca “fomentar que el desarrollo económico proceda de manera sustentable”, pero a cada año, la huella ecológica humana se vuelve más grande y menos sustentable. La humanidad ahora requiere de la capacidad biofísica de 1.7 Tierras por año conforme devora capital natural a velocidad.
Una transición rápida a escala de emergencia hacia un mundo post-combustibles fósiles es absolutamente necesaria para atender el cambio climático. Pero los legisladores excluyen la acción de emergencia de sus consideraciones porque se le ve como una amenaza disruptiva a la economía.
Dos ejemplos notables de esta forma de pensamiento se encuentran en los informes iniciales entregados a sus gobiernos por Nicholas Stern (Reino Unido en 2006) y Ross Garnaut (Australia en 2008), en los que bosquejaron los objetivos de 450 partes por millón (ppm) y 550 ppm de CO2. El número de 550 ppm representa alrededor de 3°C de calentamiento antes de considerar los ciclos de retroalimentación del carbono, lo cual sería verdaderamente devastador para la humanidad y la naturaleza. A pesar de que ambos, Stern y Garnaut, concluyeron que 450 ppm, alrededor de 2°C de calentamiento sin considerar sistemas de retroalimentación de largo plazo, ocasionarían significativamente menor daño, decidieron impulsar que el gobierno buscara la cifra de 550 ppm porque consideraban que un objetivo menor sería demasiado disruptivo para la economía. Desde entonces han reconocido la evidencia de la aceleración de los impactos del clima como muestra de que su acercamiento fue peligrosamente complaciente.
La ortodoxia de la UNFCCC radica en la disposición de tiempo para una transición económica metódica dentro del paradigma neoliberal actual, y por lo tanto el énfasis recae en los caminos de costo-beneficio definidos estrechamente. Los legisladores dependen de modelos de análisis integrados (IAMs por sus siglas en inglés) que nos aseguran proveen de opciones de políticas económicas eficientes, pero sus modelación de la ciencia física excluye procesos materialmente relevantes como el derretimiento del permafrost y subestiman sistemáticamente el costo y rango de impactos climáticos futuros.
Los legisladores también favorecen la mercantilización de la contaminación con carbono, creando un mercado vasto para captura y almacenamiento subterráneo de CO2, una tecnología que no ha demostrado funcionalidad a escala, pero que crearía un boom para los productores de petróleo y gas. Las premisas irreales basadas en soluciones sin comprobar se vuelven un pretexto para el retraso de acciones duras.
Los legisladores, en su pensamiento mágico, imaginan un camino de mitigación a través del cambio gradual que se construiría a través de muchas décadas de crecimiento hacia un mundo próspero. El mundo que no se imaginan es el que existe ahora: una inestabilidad financiera inminente, de crisis globales de legitimidad política, de no-linealidades del sistema climático, y una crisis de sustentabilidad que se extiende más allá del cambio climático hacia todas las bases de la existencia humana y la mayoría de las fronteras planetarias (suelos, agua potable, océanos, atmósfera, biodiversidad y demás).
El Acuerdo de París carece casi por completo de un lenguaje sustancioso que describa el origen humano en las causas del cambio climático y no contiene menciones al “carbón”, “petróleo”, “fracking”, “petróleo esquistoso”, “combustible fósil”, o “dióxido de carbono” ni las palabras “cero”, “prohibir” o “frenar”. Para comparar, el término “adaptación” aparece más de 80 veces en 31 páginas, aunque la responsabilidad de obligar la adaptación de otros no se menciona, y tanto la responsabilidad como la compensación están excluidos explícitamente. El acuerdo tiene un objetivo pero no tiene un plan de acción firme, y abunda la jerga burocrática; los términos “mejorar” y “capacidad” aparacen más de 50 veces cada uno.
De cierta forma, nada de esto debería sorprendernos dada la estructura de la UNFCCC. Los COPs son foros políticos poblados con diplomáticos de profesión representando gobiernos nacionales y están sujetos a los procesos diplomáticos de negociación, concesiones y acuerdos. La toma de decisiones es inclusiva (por consenso), haciendo que los resultados estén sujetos a los intereses nacionales y a políticas de tipo “denominador común más bajo”. De nuevo, esto fue evidente en Polonia, donde, en una huelga diplomática mortal, cuatro de las grandes petroleras y productoras de gas, Arabia Saudita, los Estados Unidos, Kuwait y Rusia, bloquearon el pronunciamiento que daba la bienvenida al informe científico del objetivo de 1.5°C que el COP había comisionado tres años antes en París. Tal comportamiento es distintivo de las reuniones COP.
La discusión de lo que sería seguro, un calentamiento menor al que estamos experimentando ahora, no sucede. Si el cambio climático es realmente peligroso, entonces al fijar un objetivo de 1.5°C a 2°C, el proceso de la UNFCCC ha abandonado su objetivo clave de prevenir una “influencia antropogénica peligrosa sobre el sistema climático”.
El atrevimiento moral permea el pensamiento oficial, en cuanto a que hay un incentivo para ignorar riesgos por los intereses de la conveniencia política. Y por lo tanto tenemos un fracaso legislativo de proporciones épicas.
El fracaso de reconocer el riesgo existencial y de actuar para evitarlo se debe en parte a la manera en la que se produce la ciencia climática. La mayor parte de la investigación climática ha propendido a menospreciar los riesgos existenciales y ha exhibido una preferencia por las proyecciones conservativas y la reticencia académica, aunque cada vez, un número mayor de científicos, incluyendo Kevin Anderson, James Hansen, Michael E. Mann, Michael Oppenheimer, Naomi Oreskes, Stefan Rahmsftorf, Eric Rignot y Will Steffen, han hablado de los peligros de tales formas de actuar en los años recientes.
Un estudio examinó un número de predicciones pasadas realizadas por científicos del clima y encontró que habían sido “conservadoras en sus proyecciones de los impactos del cambio climático” y que “al menos algunos de los atributos clave del calentamiento global debido al incremento de gases de efecto invernadero en la atmósfera habían sido descontados de las predicciones, particularmente los análisis de la IPCC de la ciencia física”. Los autores concluyeron que los científicos del clima no están sesgados hacia el alarmismo pero que en su lugar erraban del lado que reducía el drama, cuyas causas pueden incluir la adherencia a las normas científicas de restricción, objetividad, escepticismo, racionalidad, desapasionamiento y moderación”. Esto puede ocasionar que los científicos “hagan predicciones reducidas o aminoren la injerencia futura del cambio climático”.
Esto confirma las reflexiones de Garnaut de su experiencia presentando dos informes climáticos al gobierno australiano. Garnaut cuestionó si la investigación climática tenía “sesgos sistemáticos” conservadores debido a la “reticencia académica” y observó que en el campo climático esto se ha asociado con “una aminoración de los riesgos”.
Cuando se trabaja con riesgos existenciales climáticos, Schellnhuber ha señalado con respecto a las limitaciones en los métodos que se enfocan a riesgos y análisis de probabilidades que a menudo excluyen eventos (probabilidades menores, impactos elevados) y posibilidades aislados:
Los expertos tienen la tendencia de establecer un panorama general que se vuelve más rígido y canalizado. Aun así, las revelaciones cruciales con respecto a los temas en cuestión pueden asomar en los límites. Esto es particularmente cierto cuando el problema es la misma supervivencia de nuestra civilización, donde los medios convencionales de análisis pueden quedar obsoletos.
Ha señalado una “obsesión con la probabilidad” en la que los científicos han intentado capturar el comportamiento complejo estocástico de un objeto al repetir el mismo experimento al objeto muchas veces:
Jamás debemos olvidar que estamos en una situación única sin un análogo histórico preciso. El nivel de gases de invernadero en la atmósfera es mayor ahora, y la Tierra se ha calentado más de lo que los seres humanos han experimentado con anterioridad. Y ahora somos casi ocho mil millones de nosotros quienes habitamos en este planeta. Así que, hacer el cálculo de probabilidades es una insensatez en las instancias más críticas, tales como las dinámicas de liberación de metano en las áreas donde se derrite el permafrost o el fracaso potencial de naciones enteras en la crisis climática. En su lugar, deberíamos identificar las posibilidades de desarrollos potenciales en la constitución planetaria que sean consistentes con las condiciones, procesos e impulsores que conocemos.
Kevin Anderson de la Universidad de Manchester dice que hay un “sesgo endémico que prevalece entre aquellos que construyen los escenarios de emisiones para reducir la escala del reto impuesto por los 2°C. En muchos aspectos, la comunidad de modelado autocensura su alcance para conformarse a los paradigmas políticos y económicos dominantes”.
Un buen ejemplo es el objetivo de 1.5°C que se acordó en la conferencia de legislación climática de París en diciembre de 2015. Hasta ese momento los informes de análisis del IPCC (y en conformidad con el paradigma político dominante) no habían puesto atención significativa a la reducción de emisiones para lograr el 1.5°C o de sus impactos, y los delegados de París tuvieron que solicitarlos al IPCC como un asunto de urgencia. Este es un caso típico en el que la legislación mueve su cola en la cara de perro de la investigación científica.
El IPCC produce informes de síntesis científica con el objetivo principal de informar la legislación, específicamente la de la UNFCCC. Esto se podría llamar “ciencia reguladora” (en oposición a la “ciencia de investigación”, la cual Sheila Jasanoff describe como una que ‘monta a horcajadas la línea divisoria entre ciencia y política’ conforme los científicos y legisladores buscan otorgar respuestas a las preguntas relevantes de la legislación. En esta unión de la ciencia y legislación, dice Kate Dooley y co-autores, ‘la ciencia no es una verdad objetiva ni está impulsada únicamente por el interés social, sino como una co-producción a través de la interacción de órdenes naturales y sociales’.
Esta co-producción resultó en una cantidad de atributos característicos del trabajo del IPCC, y se exhibe de la manera en que la organización fue constituida en 1988. Había tensiones entre el deseo de los estados miembros de la ONU para obtener el control político de los resultados del panel, y la necesidad de tener científicos con credibilidad a cargo de un proceso de expertos en síntesis e información de ciencia climática. Algunos países, incluyendo los Estados Unidos, estaban preocupados que ‘las negociaciones de ozono habían otorgado a los expertos una ventaja sobre las realidades políticas; querían retener un control más cercano de la producción de conocimiento científico al asignar los miembros del Panel’.
El compromiso radicaba en que los científicos escribirían informes extensos de síntesis, pero que la versión más breve, el Resumen para Legisladores, estaría sujeto al veto línea por línea a mano de los diplomáticos en las sesiones plenarias. Históricamente, este método había funcionado para diluir sustancialmente los descubrimientos científicos. De igual forma, los gobiernos representativos tienen la autoridad final sobre todas las acciones, incluyen la publicación de todos los informes, y la asignación de líderes científicos para la autoría de todos los informes. Esto último contribuyó al aumento de reticencia en la naturaleza de mucho del trabajo clave del IPCC.
A partir de los primeros informes del IPCC en 1990, los E.E.U.U., y delegaciones saudíes y rusas, actuaron para “suavizar el sentido de alarma en la formulación, alimentando el aura de incertidumbre”, según Jeremy Leggett. Martin Parry de Met Office de Reino Unido, co-director de un grupo de trabajo del IPCC en ese momento, expuso las discusiones entre científicos y oficiales políticos para el Resumen para Legisladores 2007: “a los gobiernos no les gustan los números, por lo que se eliminaron algunos números”.
Como la UNFCCC, el proceso del IPCC sufre de todos los peligros de construcción de consenso en una arena compleja. Los informes de la IPCC, por necesidad, no cuentan siempre con la información más reciente disponible, y la construcción de consenso puede llevar a “menor drama”, resultados de menor denominador posible, que dejan de lado los asuntos críticos. Este es el caso particular de las “colas gordas” de la distribución de probabilidad, dicho en otras palabras, eventos de alto impacto, pero de baja probabilidad para los que el conocimiento científico está limitado.
Desde sus orígenes, el IPCC derivó su comprensión del clima de los modelos climáticos generales (GCMs) excluyendo otras fuentes de conocimientos. Esto tuvo consecuencias extensas, incluyendo la reticencia del IPCC en temas clave e incapacidad para manejar temas de riesgos. Dooley hizo notar que durante más de dos décadas los investigadores:
cuestionaron la utilidad de las políticas de los GCMs debido a sus limitaciones para lidiar con la incertidumbre. Argumentaron que la dominación de modelos, ampliamente percibidos como la “mejor ciencia” disponible para insumo de la política climática, llevaba a una orientación tecnocrática de políticas, lo cual tiende a oscurecer las decisiones políticas que merecen mayor debate. Hoy en día está establecido un cuerpo de literatura que critica las implicaciones de este acercamiento de modelación experta hacia la legislación climática.
Dooley y sus co-autores dicen que ahora la investigación ha desenmascarado la manera en que la perspectiva de modelaje liderado por expertos ha sido insertada en la ciencia, permitiendo un marco global tecnocrático del cambio climático, sin la aparición de personas e impactos.
Existe un patrón consistente en el IPCC que presenta resultados detallados y cuantificados (numéricos) de modelajes complejos, pero a la brevedad hacen notas de otras posibilidades severas, tales como ciclos de retroalimentación que los modelos no han considerado, de una forma descriptiva y no-cuantificada. Los niveles del mar, las capas de hielo polar y algunos ciclos de retroalimentación del carbono son tres ejemplos. Porque a menudo, legisladores y medios de comunicación se ven atraídos por los encabezados numéricos, este tipo de acercamiento genera que se le asigne menos atención a los resultados más devastadores, de alto impacto, no-lineales y difíciles de predecir.
Hace doce años, Oppenheimer y co-autores señalaron que el consenso en torno a los resultados numéricos puede resultar en una subvaluación de riesgos:
El énfasis en el consenso de los informes del IPCC
Oppenheimer y co-autres dijeron que debía repartirse un peso comparable a la evidencia de la historia climática de la Tierra, para basarse más en observaciones y menos en modelos complejos empíricos y evidencia teórica de fenómenos que no se entienden bien. E instaron con urgencia al IPCC a que incluyeran plenamente “juicios expertos”, eso es, lo que las figuras líderes en el ámbito científico creen que está pasando donde todavía no hay evidencia suficiente o consistentemente suficiente, evidencia que pase por el proceso de revisión de pares. Esto no ha sucedido.
Ya hemos visto las consecuencias de la reticencia científica y la legislación consensual en la subestimación de riesgos. Los informes del IPCC han subvaluado posibilidades de alto impacto y han fracasado en la evaluación de riesgos de forma balanceada. Stern dijo en relación al Quinto Informe de Evaluación del IPCC: “Esencialmente, fue un informe basado en un cuerpo de literatura que subvaluaba sistemática y ampliamente los riesgos [y costos] del cambio climático sin gestión”.
Esto se vuelve una preocupación especial al hablar de puntos de inflexión en el cambio climático, pasados ciertos umbrales críticos que resultan en cambios de estado del sistema climático, tales como las capas de hielo polar (y por lo tanto los niveles del mar), permafrost y otras reservas de carbono, donde los impactos del calentamiento global son no-lineales y difíciles de modelar con el conocimiento científico actual.
Fundamental a este acercamiento es el problema de la probabilidad baja e impacto elevado de los riesgos de cola gorda, en los que la probabilidad de impactos muy grandes es realmente mayor de lo que se podría esperar bajo premisas estadísticas típicas. Los riegos de cola gorda para la humanidad, que representan los puntos de inflexión, justifican una administración de alta precaución. Si la legislación climática busca la sensatez, se debe de re-enmarcar urgentemente y lo antes posibles la investigación científica dentro del marco de trabajo del manejo de los riesgos existenciales.
Pero esto no se encuentra ni en el radar de los cuerpos para el clima de la ONU, que no han brindado atención al análisis de riesgo de cola gorda, y cuyo método de sintetizar un rango amplio de investigación con resultados divergentes enfatiza los hallazgos más frecuentes que tienden hacia el rango medio de los resultados.
Un acercamiento prudente al manejo de riesgos significa una visión ruda y objetiva de los riesgos reales a los que nos exponemos, especialmente los eventos de alto impacto cuyas consecuencias pudieran ocasionar daños incuantificables y a los que la civilización humana tal cual la conocemos tendría mucha suerte de sobrevivir. Es importante entender el potencial de planear para el peor escenario posible que pudiera suceder (y, con suerte, estar placenteramente sorprendidos de que no sucedió). Enfocarse en los resultados más probables e ignorar las posibilidades más extremas puede resultar en un evento catastrófico inesperado que pudimos, y debimos, haber visto que se acercaba.
Los problemas con los cambios no-lineales en el sistema climático son que, casi por definición y dado el estado actual de desarrollo de los modelos climáticos, son difíciles de predecir. Mientras la historia climática de la Tierra puede arrojar una comprensión valiosa de nuestro futuro cercano, el IPCC le ha restado importancia, a menudo al punto de ignorar completamente estos descubrimientos importantes de la investigación en los rangos de futuros climáticos posibles.
Este campo de la paleoclimatología ha revelado que a largo plazo cada 1°C de caliento resultará en la elevación del nivel del mar entre 10 y 20 metros y que el nivel actual de gases de efecto invernadero es suficiente para producir un calentamiento que muy probablemente podría terminar con la civilización como la conocemos a través de la destrucción de ciudades y asentamientos costeros, la inundación de los deltas del mundo que se usan para el cultivo de alimentos, calentándose lo suficiente para hacer que la mayor parte de la zona tropical del mundo sea inhabitable (incluyendo la mayoría del Sur, Sureste y Este de Asia), y la ruptura del orden entre y dentro de las naciones.
Muy pronto tendremos disrupciones al sistema climático físicas y no-lineales. Pero, también están los puntos de inflexión sociales, económicos y psicológicos que podrían detonar una respuesta mucho más rápida al cambio climático. El alza en el apoyo popular de los Estados Unidos al Green New Deal que la nueva mujer de congreso originaria del Bronx, Aexandria Ocasio-Cortez, promociona puede ser uno de esos momentos. (Comentario de No a los Combustibles Fósiles: pero la tecnología verde no es suficiente.)
Los cambios grandes, dice Schellnhuber, requerirán que “identifiquemos un portafolio de opciones… innovaciones disruptivas, innovaciones que se auto-amplifiquen”. Dice que estos no se pueden predecir con precisión, así que necesitamos ver si es que hay potenciales altos no-lineales en un rango amplio de tecnologías emergentes.
Tal innovación es un elemento importante para un acercamiento que abarque a toda la sociedad que esté dirigida por el gobierno, tal como el Green New Deal y su propuesta de llevar a cabo un esfuerzo de guerra para construir economías de cero emisiones con un énfasis en trabajos y justicia.
Schellnhuber dice que el problema radica en los economistas convencionales que “querrán ser eficientes, pero la eficiencia es el enemigo de la innovación”. La innovación rápida en momentos de crisis, cuando el tiempo escasea, significa innovación paralela conforme buscas muchas respuestas al mismo tiempo, y algunas serán un fracaso, y el capital quedará desperdiciado, pero los éxitos serán “el cambio que necesitamos”.
Dice que ahora debemos acumular capital de inversión de cambio climático a una escala global porque “no podemos salvarnos a nosotros mismos eficientemente de este predicamento”. Lo cual significa:
Debemos salvar al mundo, pero lo debemos salvar de una forma disparatada, de forma caótica y también ahorrar costos. Esa es la conclusión lógica, si lo deseas hacer de una forma económicamente óptima, fracasarás.
Tal forma de pensar requería una revolución a las normas neoliberales de la UNFCCC. Quizás eso no sea posible y el cuerpo no pueda tener un rol útil. El desarrollo de mecanismos más adecuados para lograr este propósito se ha vuelto una tarea urgente.