Jason Godesky / Tribu de Anthropik Edición para aumentar legibilidad por No a los Combustibles Fósiles.
#27 of Treinta Tesis
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Hemos contemplado los efectos desastrosos en nuestra calidad de vida, pero la alternativa, el colapso, no parece mucho mejor. Sin importar que tan superior haya sido la forma de vida Paleolítica, desapareció hace mucho, y no parece haber una manera de regresar. Pero ahora nos estamos aproximando a los límites de nuestro crecimiento, y hemos pasado el punto de rendimientos decrecientes a la inversión de más complejidad (ver tesis #15). Ahora el colapso es inevitable (ver tesis #26), ya está encamino. El colapso es un proceso de economización (ver tesis #20) que empieza cuando la alternativa, continuar con la civilización, deja de ser tolerable. Estamos al borde del colapso. La idea aterrorizará a la mayoría de las personas, pero no debería: el colapso incrementa nuestra calidad de vida.
Nuestro entendimiento del colapso está filtrado por el lente de la tragedia literaria. La caída de Roma es nuestro arquetipo, y está vista a través de los ojos de la aristocracia que lamentaba la pérdida de su poder, y de aquellos que anhelaban formar parte de la aristocracia que formaba a ese poder. Después del saqueo de Roma, San Gerónimo dio su opinión célebre “en esta ciudad única, muere el mundo entero”. O tomemos por ejemplo el famoso poema en inglés antiguo “La Ruina”:
Se caían los edificios de la ciudad, los esfuerzos
de gigantes se desmoronan. Caídas están las torres
Arruinados los techos, y roto está el portón,
escarcha en el enyesado, todos los techos tienen hoyos,
Rotos y colapsados y devorados por la edad.
y sostiene polvo en el puño, del abrazo arduo
de tierra, los maestros de obra que murieron,
hace más de cien generaciones ahora
que las personas las pasan en su andar.
¿Por qué un anglosajón, un bárbaro, languidece de esta manera por las ruinas de la ocupación romana, una ocupación que los mismos bretones se habían alzado en su contra? Las motivaciones de los bárbaros que derrocaron el Imperio Romano no era de odio contra Roma, lejos de ello. Los bárbaros querían a Roma para sí. El atractivo de las romanitas se difundió por el mundo. Las “invasiones bárbaras” fueron preocupaciones principales de los foederati, mercenarios contratados por Roma. El senado vio que era propicio no pagarles, después de todo eran sólo bárbaros. Alaric dirigió una de las rebeliones resultantes cuando saqueó roma en el 410 AC, permitiendo que San Gerónimo pronunciara su afamado lamento. Para los poderosos, la pérdida del imperio era la pérdida del poder y privilegio. Para quienes estaban muy lejos de su realidad, las romanitas se apagaron como el aura de los dioses que pudieron lograr dichas maravillas, y el imperio se volvió una mitológica “era dorada”.
¿Pero qué sucedió con las masas que tenían que aguantar el imperio real? En “La vieja causa”, Joseph Stromberg resume limpiamente el análisis de Tainter del Imperio Romano.
De los colapsos que describe, la que Tainter elabora del Imperio Romano de Occidente es la más interesante, quizás porque está mejor documentada. El Imperio Romano su un éxito inicial porque los bienes robados de cada conquista financiaban la siguiente. Los extensos límites logísticos de tal proceso se alcanzaron con Augusto. A partir de ese punto, el cambio territorial fue mínimo. Sin mayores saqueos (un tipo de acumulación primitiva de capital estatista), los gobernantes romanos tuvieron que defender territorios vastos de las ganancias actuales de una economía en contracción. En general, el estado romano lisió y arruinó el desarrollo del este (Grecia y Egipto) al punto en que se tuvo que limitar al occidente menos productivo. Hizo que todos los hombres libres fueran ciudadanos del imperio (212 AD) para poder gravarles impuestos y reconocer el declive.
Al afrontar el aumento de costos y declive de ganancias, los emperadores menospreciaron la moneda mientras hacían esfuerzos desesperados para extraer impuestos de personas desmoralizadas. Pero para el tercer siglo, los impuestos devoraban al capital y ahorros de los ciudadanos. En los siguientes dos siglos, las carreteras imperiales trajeron una “caída de la producción real”. Los emperadores que le sucedieron, a partir de Diocleciano, pormenorizaron la capacidad de la sociedad de pagar.
El colapso se acercaba, pero el colapso tuvo etapas definidas, como se demuestra en las secuelas. Los reyes germanos que reemplazaron al imperio en el occidente fueron mejores defensores de sus territorios (más pequeños) contra los invasores y podían hacerlo más económicamente que el imperio sobre-extendido. En África del Norte, los vándalos (víctimas de una mala fama) redujeron los impuestos y el bienestar económico aumentó, hasta que Justiniano reinstauró el gobierno romano y, junto con él, impuestos imperiales. La “inversión está en el nivel más bajo de la “complejidad” política que puede pagar, por decirlo así, al ser menos costosa (páginas 88-89). El colapso no es completamente malo: un desastre para el aparato del estado no tiene que serlo para la población en su totalidad. La involución del poder en unidades geográficas más pequeñas es un “proceso racional de economización que bien puede beneficiar a la población.
Nuestro miedo al colapso es irracional; uno que se proyecta sobre nosotros por nuestros líderes, quienes en verdad tienen algo que temer. Es el mismo tipo de élite que dirigen y construyen todos los problemas que hasta ahora hemos discutido (ver¨ tesis #10). Ahora que podemos ver que la civilización no nos trajo la medicina (ver tesis #22) ni el conocimiento (ver tesis #23) ni arte (vertesis #24) pero sí nos trae enfermedad (ver tesis #21), hace que nuestras vidas sean más difíciles, peligrosas e insalubres (ver tesis #9), destruye la forma de vid a la que estamos más adaptados (ver tesis #7) y nos somete a una mal innecesario de la jerarquía (ver tesis #11), ahora la verdadera naturaleza de la civilización debería quedar a plena vista: es el medio a través del cual las élites mantienen su poder y privilegio, a expensas de todos los demás.
El colapso deshace la civilización. Como Tainter ha destacado, tales niveles de complejidad tan increíblemente elevados como los que tenemos hoy son una aberración bizarra en la historia de nuestra especie. El colapso nos regresa al estado normal de las cosas, aun estado al que los quehaceres humanos están bien adaptados. Los beneficios de llevar una vida bien adaptada son cosas que nosotros, en una civilización inadaptada descontamos como fantasías utópicas. Menor estrés, menor trabajo, mejor comida, más tiempo libre, más arte y música, menos violencia, más seguridad, menos enfermedad, más salud, tales cosas son el derecho de nacimiento humano que se pretendía para Esau el cazador, y que fueron robadas por nuestro antecesor Jacob, el granjero. Nuestra situación crítica no es normal; es el resultado de lo que sucede cuando un animal vive oponiéndose a su naturaleza. Es una situación de estrés al que no le podemos encontrar su origen y las adaptaciones deben hacerse para permitir la continuación de tal estado anti-natural. La coerción y control de las autoridades debe aceptarse para que sustituya la adaptación natural a la situación que carecemos. Mucha de nuestra energía debe gastarse tan sólo manteniéndonos vivos en una dieta que escasamente podemos digerir (y que es mayormente tóxica) mientras nunca se ejercitan nuestras facultades que dos millones de años de evolución han guiado a nuestros cuerpos para llevar a cabo a través de un día tranquilo. Hoy en día, en los E.E.U.U., la sociedad más compleja que nuestra especie ha desarrollado, el asesino número uno es, por mucho, el estrés.
El resultado del colapso es una inversión de todos los problemas de calidad de vida que la civilización ha originado. En lugar de ser el dominio exclusivo de los países occidentales, las personas de todos los rumbos gozarán de una expectativa de vida humana normal. Las epidemias de enfermedad que libera la civilización suceden por una buena causa. Eventualmente, se agotarán a sí mismas, pero no durante algún tiempo. Aun así, incluso esto no justifica nuestros esfuerzos de mantener la civilización; ya que hemos superado el punto de rendimientos decrecientes, la posibilidad de desarrollar una cura sin el tipo de cambio de paradigma enorme que conlleva un colapso se hace más pequeño. Aún más, el colapso también terminará con los viajes a larga distancia y los centros de población densos sobre los que proliferan tales epidemias.
Vivir y trabajar de la forma a la que los humanos están adaptados tiene etapas distintas. Aunque no hay duda de que hay una gran exageración en el libro de Zerzan, Futuro Primitivo, (por ejemplo, se ha desacreditado su ejemplo de Dogon,) la preponderancia de la evidencia es demasiado grande para descartar completamente.
Los isleños de Andaman, al oeste de Tailandia, no tiene líderes, ni idea de la representación simbólica, y no tienen animales domesticados. También hay una ausencia de agresión, violencia y enfermedad; las heridas sanan sorprendentemente rápido y visión y audición son particularmente agudas. Se dice que han estado en declive desde la intrusión europea de mediados del Siglo XIX, pero exhiben rasgos físicos asombrosos como la inmunidad natural a la malaria, piel lo suficientemente elástica para descartar las estrías de parto y las arrugas que asociamos con la edad y unos dientes “increíblemente” fuertes: Cipriano reportó haber visto a niños de 10 a 15 años aplastar uñas con ellos. También testificó que los Andamaneses practicaban la recolecta de miel sin ropa protectora; “aun así, jamás eran picados y al observarlos uno se sentía ante la presencia de algún misterio ancestral que perdió el mundo civilizado.”
DeVries ha citado un amplio rango de contrastes por los que una salud superior de cazadores-recolectores puede determinarse, incluyendo la ausencia de enfermedades degenerativas e incapacidades mentales, nacimientos sin dificultad o dolor. También señaló que esto empieza a erosionarse al momento de contacto con la civilización.
Relacionado a lo anterior, existe una gran cantidad de videncia no sólo del vigor físico y emocional entre los primitivos pero también concerniente a sus capacidades sensoriales mejoradas. Darwin describió a las personas del extremo sur de Sur América que vivían casi completamente desnudos en condiciones congeladas, mientras que Peasley observó aborígenes famosos por su capacidad de sobrevivir en las noches heladas del desierto “sin ninguna forma de ropa”. Levi-Strauss quedó atónito al aprender de una tribu particular de [Sur América] que era capaz de “ver el planeta Venus a medio día”, una hazaña comparable a los Dogon del Norte de África que consideraban a Siruis B la estrella más importante; consciente de alguna forma, sin instrumentos, de una estrella que sólo se puede encontrar con los telescopios más poderosos. En esta veta, Boyden recordaba a los forrajeros por su capacidad de ver las cuatro lunas de Júpiter a ojo desnudo.
“En el reino de los ciegos el hombre de un ojo es rey,” dice el proverbio. Si todo esto pareciera ser súper-poderes milagrosos, no debería. A menudo nos maravillamos que los animales son más rápidos y más fuertes que nosotros; ¿realmente la evolución se ha olvidado de nosotros? ¿No sería más razonable que concluyéramos que nuestras facultades son iguales a las de cualquier otro animal si tan sólo las usáramos de la manera como la evolución las adaptó? Las “increíbles” capacidades de los forrajeros no deberían de sorprendernos; en su lugar, deberíamos maravillarnos de cuánto hemos perdido al vivir una vida tan inadaptada, intercambiándola por algo tan reducido.
Más importante, la civilización reduce la vida humana a un engrane en una máquina enorme, una sociedad industrial, compleja y a gran escala que está más allá de la capacidad del cerebro humano para comprender a nivel humano. En su lugar, sólo se puede entender por analogía a una máquina, y el humano mismo se vuelve mecánico. En una escala pequeña, la sociedad sencilla, donde los individuos se pueden conocer entre sí, se les puede apreciar como individuos. Podemos formar grupos cerrados que puedan respetar nuestra autonomía. El igualitarismo y gobierno por consenso se hace posible. En nuestro estado presente, somos, nosotros mismos, seres domesticados junto con todos los animales que hemos afligido con ese destino, nosotros los domesticados somos sólo una sombra de nuestros ancestros salvajes y orgullosos. Aun así, debajo de todo, permanece lo salvaje; y volveremos a serlo. Como Richard Heinberg escribió en “La crítica primitivista de la civilización”:
Muchas poblaciones primarias tienden a vernos como criaturas miserables, aunque también poderosos y peligrosos por nuestra tecnología y números. Ven en la civilización un tipo de enfermedad social. Nosotros, las personas civilizadas, parecemos actuar como si estuviéramos adictos a una droga poderosa, una droga que llega en las formas del dinero, bienes de consumo industriales, petróleo y electricidad. Estamos indefensos ante esta droga, así que hemos llego a ver cualquier amenaza a este suministro como una amenaza a nuestra existencia. Por lo tanto, se nos manipula fácilmente, a través del deseo (de más y más) y miedo (de que se nos vaya a privar de) y los poderosos intereses comerciales y políticos han aprendido a organizar nuestro deseos y miedos para poder lograr sus propios propósitos de ganancias y control. Si se nos dice que la producción de nuestra droga implica la esclavitud, robo y asesinato, o sus equivalentes ecológicos, intentamos ignorar las noticias para evitar así confrontar una responsabilidad intolerable.
El colapso se traducirá en una rápida disminución del suministro, y como veremos en la siguiente tesis, no será fácil. El proceso mismo del colapso será la cosa más terrible que un animal haya aguantado, ya que diez mil años de daños se deben de pagar de una vez. Pero para aquellos de nosotros capaces de terminar con la dependencia a esa “droga” de manera gradual, en lugar de forma catastrófica, un mundo nuevo aguarda.