La extracción de petróleo esquistoso iguala a incendiar bosques para cosechar carbón húmedo. Justo como los pozos de fracking esquistoso comienzan con el uso de explosivos y un lodo inyectado a alta presión hecho con una mezcla de agua, químicos y miles de toneladas de arena, sucede lo mismo en nuestro exuberante bosque análogo que se prende con un coctel explosivo de gasolina, químicos y yesca. Justo como los pozos de fracking entregan un flujo inicial de alto volumen antes de declinar precipitadamente, también nuestros bosques roseados con gasolina y carbonizados brevemente brindan cantidades copiosas de carbón antes de disminuir en una chispa.
Las compañías deben de iniciar nuevos incendios continuamente para extender la cosecha de carbón, pero ya que inteligentemente incendiaron primero las áreas más secas, los fuegos nuevos generan una menor producción. Las compañías queman zonas que ya ardieron previamente, con la esperanza de que los árboles que se salvaron del primer incendio brinden más carbón de lo que brindan las áreas vírgenes húmedas, pero no hay mucha más madera por quemar a lo largo de las grandes extensiones calcinadas. Peor, como con los golpes del frac en los campos de petróleo esquistoso, las quemas auxiliares interfieren con las pilas que aún arden, reduciendo la producción de carbón.
La producción ininterrumpida de carbón impresiona los medios, políticos, mercados financieros y público en general por su credulidad, pero las compañías invierten tanta energía en sus operaciones que terminan extrayendo muy poca energía neta. La industria jamás logra una ganancia. Las compañías se hunden en lo profundo de la deuda conforme piden prestado más dinero para mantener la quema de bosques.
Con esfuerzos desesperados por atraer a nuevos inversionistas y prolongar su esquema que pierde dinero, las compañías extraen carbón lo más rápido posible. En su empeño por acelerar la maximización de la producción al corto plazo, hacen uso ineficiente de recursos, quemando ramas de árboles sin intentar cosechar su energía. Inundan al mercado con tanto producto a la vez que se vende con descuento, y el exceso debe exportarse a miles de kilómetros atravesando océanos.
Este despilfarro económico degrada la gigantesca matriz de carbono que sustenta la vida manteniéndolo seguro bajo secuestro y lo transforma en un gas potencialmente asesino que cocinará al planeta. En el proceso, la ceniza se dispersa y los químicos se derraman, intoxicando las aguas superfluas y del subsuelo. Las carreteras e incendios fragmentan y destruyen el hábitat, reducen la biodiversidad hasta las cenizas. La gasolina y yesca que lanzan llamas agregan más a la carga de carbono como el apogeo de sus propias historias de extracción, procesamiento y transporte destructivas.
En las arenas bituminosas, los deslaves de lodos entierran a nuestro bosque análogo, así que las compañías excavan para sacar troncos empapados antes de quemarlos. Aunque no necesitan iniciar incendios nuevos incesantemente, las empresas realizan grandes inversiones por adelantado en maquinaría para excavar la tierra y procesar los árboles, y luego pagan a la minería que no para y los demás costos de producción.
Las compañías continúan prometiendo que las mejoras en eficiencia y tecnología harán que muy pronto sean rentables, pero la realidad es que los bosques húmedos no son buen combustible y no queman bien.
La explotación del esquisto y arenas bituminosas confirma que la sociedad industrial ha agotado sus reservas de energía de fácil acceso. El cénit petrolero está aquí. Trágicamente, lejos de incentivar un cambio agresivo hacia la sustentabilidad, nos revela que somos unos adictos a la energía que buscan desesperadamente incluso los recursos más sucios, más destructivos y de beneficio marginal.
No podemos esperar a que el cenit petrolero le ponga fin a la quema de los combustibles fósiles; debemos de cerrar el flujo de la forma más proactiva. Podríamos empezar apagando el fuego moribundo del petróleo esquistoso.