Soy un fanático de la ciencia de aventura de Craig Childs. Cada uno de sus libros, Secret Knowledge of Water (El Conocimiento Secreto del Agua), Soul of Nowhere (Un Alma de la Nada), los llevaba en mi mochila y los leía a la luz de una linterna en la naturaleza salvaje de los desiertos del sudoeste americano a los que hace referencia. Pero Apocalyptic Planet pasó años en mi librero, porque no me interesaba el subtítulo. Guía de campo para el Futuro de la Tierra sonaba a que se había resignado a un apocalipsis, así que lo abandoné ahí a que languideciera, aunque ganó el premio Orion Book Award Winner. Finalmente, me acerqué a él; una tarde templada en una tienda de campaña húmeda en Arizona, a unas cuantas millas de la frontera con México, conforme una lluvia suave repicaba afuera. El primer capítulo, “Los Desiertos Consumen”, sucede en una duna de arena de enorme extensión en el Gran Desierto de Sonora, México, al sudoeste de nuestro campamento un poco más allá de sierra montañosa de granito oscuro.
Esta parte del Desierto de Sonora es particularmente árida, con cuatro o seis centímetros de lluvia al año. La Sierra El Rosario del Gran Desierto es la cordillera más seca de Norte América. Childs y su compañero de viaje cruzaron las dunas, sofocantes incluso en el otoño, yendo de pozo en pozo. No es un viaje que me hubiera gustado hacer; llevábamos arena por todas partes, en oídos, ojos, narices, moliéndola con los dientes, pero esto es parte de lo que hace que el trabajo de Childs sea tan interesante, su voluntad para atravesar personalmente dificultades que la mayoría de la personas no harían, sólo por el gusto de explorar profundamente los campos distantes. Para soportar el calor del mediodía, por ejemplo, se enterraban a sí mismos en la arena y dejaban pasar las horas, protegidos únicamente por sus sarongs. Sencillamente, no es el tipo de hazaña que muchos decidan tomar.
Ya sea que haya sido su decisión o no, estamos experimentando una desertificación constante del mundo debido a la agricultura y el calentamiento de una atmósfera saturada con carbono, y va a empeorar mucho más sin una intervención significativa. Childs cita al paleoclimatólogo Peter Fawcett y colegas, “Los modelos de respuesta climática al calentamiento antropogénico predicen que el futuro tendrá condiciones similares al cuenco de polvo que durarán mucho más que las sequías precedidas en la historia y tendrá una causa diferente, la expansión hacia los polos de las zonas subtropicales secas”. Childs agrega, “Querida Arizona: México viene en camino”.
Los modelos climáticos también predicen que los océanos continuarán su elevación mientras que las capas de hielo que aun permanecen se derriten. Childs explora la elevación del mar en la isla de St. Lawrence Bridge y en el Mar de Bering que continúa elevándose, inundando a las personas indígenas de Yup’ik.
Algunos de los cambios en las crónicas de Apocalyptic Planet son fluctuaciones ordinarias del clima y geología que han sido parte de la historia de la Tierra desde sus orígenes, y algunas son, por completo, producto de la industrialización, el proceso de transformar la vida en bienes de consumo. Childs visita campos de lava fresca en Hawai, pero también pasa un verano infernal como mochilero en los campos de maíz de Iowa que están desprovistos virtualmente de cualquier forma de vida que no sea maíz; hace mucho tiempo que se gastó el mantillo, no permanece nada más que la esclavitud química de los cultivos genéticamente modificados.
Observa la erosión dramática del hielo en el Campo de Hielo Patagónico Norte de Chile, que ha perdido 30 kilómetros cúbicos de hielo cada año desde el 2002 debido a las enormes avalanchas de hielo y las inundaciones repentinas y violentas del deshielo. Después de acampar una noche cerca de un campo de hielo erosionado, despertó de un salto por escuchar lo que “sonaba como una descarga de artillería” pero que en realidad era la caída de un serac, un bloque de hielo glacial. Mientras que rutinariamente los seracs caen de los glaciares, la escala actual de la pérdida está lejos de ser la rutinaria, como se enfatiza a lo largo del libro. “Cerca de todos los glaciares ecuatoriales que eran numerosos hace un siglo ahora han desaparecido”. Resulta claro que algo importante está sucediendo, una alarma, una aceleración, un final del tiempo.
En cambio, en el capítulo “Retornos fríos”, Childs argumenta que “En el futuro, habrá hielo. Mucho hielo…. Ya sea que suceda en unos miles o millones de años, pero sucederá”. Se une a una expedición a la costa oeste de Groenlandia con un equipo de científicos climáticos enfocados al hielo para ver de qué se trataba la vida en el planeta durante una fase de inviernos largos y brutales, veranos muy cortos, y hielo por doquier, grueso, masivo y avanzando. El calentamiento antropogénico está revirtiendo la tendencia de casi 50 millones de años de enfriamiento planetario, pero, paradójicamente, puede irrumpir climas regionales.
La capa de hielo de Groenlandia podría diluir el Océano Atlántico Norte lo suficiente para cambiar la trayectoria de la Corriente del Golfo. Si eso sucede, Europa recibirá inviernos muy largos. Otros efectos de la extracción de recursos y consumo que alguna vez parecieron exagerados están emergiendo: terremotos causados por el fracking y la inyección de los pozos de desperdicios, huracanes ocasionados por el calentamiento de la atmósfera y océano, el océano mismo acidificándose por la absorción de dióxido de carbono. Nadie puede predecir el resultado de jugar con un sistema tan complejo, excepto que con seguridad habrá consecuencias.
¿Cómo las evitamos? Apocalyptic Planet no ahonda mucho en esto, y cuando lo llega a tratar, los remedios son desesperanzadoramente inadecuados. Childs ofrece citas de un profesor geofísico y climatólogo, “Te garantizo que hay millones de soluciones. Aquí hay una muy sencilla: incrementen la eficiencia de los automóviles”. Aunque esto pueda ser técnicamente posible (aunque sea poco probable), queda muy lejos de ser una solución real. Si permitimos que las compañías de petróleo extraigan aproximadamente 1.5 trillones de barriles de petróleo que permanecen en el subsuelo, no importará si lo quemamos durante la proyección de 47 años, o en 100 años. El efecto en el cambio climático será prácticamente el mismo. Posponer un problema no es una solución. Como casi todos los demás, la mayoría de los científicos dan por sentada la industrialización, un sinónimo con la humanidad, y no la toman como el experimento reciente que es, el problema en sí. La industrialización está provocando que el planeta quede inhabitable; es la constante en la ecuación que hace de todas nuestras victorias ambientales unos logros temporales. Salvar un bosque con un litigio, perderlo por una sequía. Salven a las ballenas de la caza comercial, perdiéndolas por la basura de plástico en el océano.
En tanto al derretimiento de los campos de hielo, Childs escribe que, “me detendría aquí si pudiera. Tengo un apego a este tipo de tierra… el Holoceno donde estamos en algún lugar entre el hielo y sin él”. Childs no pregunta, pero ¿cómo frenamos la pérdida?, que es la única pregunta que realmente importa. ¿Revirtiendo el calentamiento global dentro de nuestra capacidad? Creo que sí es así, y que sería bastante sencillo. Probablemente no podamos frenar un meteoro que vaya a golpear la tierra, pero unas cuantas personas bien entrenadas y bien organizadas podrían frenar el flujo del petróleo, por lo tanto frenando la destrucción que aqueja al planeta. Los humanos podrían reconstruir el mantillo apacentando rumiantes, y restaurar bosques en una escala que podría reducir significativamente el carbono atmosférico. También podrían insistir en la emancipación política y social absolutas de las mujeres y niñas, asegurar su alfabetismo y promover la planeación familiar gratuita, una forma comprobada para reducir rápida y humanamente la población, como lo hizo Irán a finales de la década de los 80 hasta el 2014, cuando la política fue revertida trágicamente.
Muchos de estos son objetivos políticamente diferentes, a lo menos. Aquellos que detentan el poder real en nuestros tiempos, las élites financieras y políticas, jamás estarán de acuerdo con ellas porque los negocios de consumir la tierra, en la forma de petróleo, carbón, mantillo y trabajo humano, es, sencillamente, demasiado redituable. La clase consumista depende por completo de la industria para cada aspecto de sus vidas laborales y lúdicas. La agricultura nos ha puesto en la búsqueda del hueso haciéndonos dependientes, y el capitalismo corporativo nos ha sujetado a la trayectoria en declive de la era industrial. Virtualmente nadie cuestiona estos cimientos sobre los que se basan nuestras vidas.
Sin embargo, todo se terminará eventualmente. Los fertilizantes sintetizados a partir del gas natural y minerales de la extracción minera son, como el petróleo y el carbón, recursos finitos. No hace falta mucha imaginación para prever lo que sucederá cuando, no si, estos insumos indispensables para los humanos industriales y su forma de vida se agoten. ¿Acabará nuestro tiempo aquí cuando cada gota de petróleo se queme, cada acre se cubra con campos de maíz y granjas eólicas? ¡Será la conclusión de la humanidad la ruina de la biodiversidad? ¿Acaso 10 mil millones de humanos serán llevados a la extinción en un planeta incapaz de sostener la vida compleja? ¿O el flujo del petróleo será frenado preventivamente, en contra de la voluntad de ocho mil millones de humanos, y así, dándoles la oportunidad de hacer una transición a culturas locales y de largo alcance basadas en los regalos y las necesidades de su tierra?
De vuelta a mi campamento de inverno en Arizona. La tormenta finalmente se despejó, así que dejé a un lado el Apocalyptic Planet y mi compañía y yo tomamos una larga caminata. El Desierto de Sonora estaba húmedo y se olía la dulzura de la Larrea tridentata, el abundante y verde arbusto creosota. Los cactus saguaro, altos y espinozos con brazos que se mecían cómicamente, un icono del sudoeste, estaban turgentes y felices, cada uno repleto de agua de lluvia. A lo largo de las laderas erosionadas resonaban los cantos de aves; los valles se expandían en su granito en estado de descomposición con vida acompañando a todos los que puedan vivir con seis centímetros de lluvia. Todo parecía estar contento y satisfecho. A donde fuera que viéramos, en las grutas secretas, cañones lejanos y bajo los miembros proyectados por los árboles elefante y genipa americana, la vida florecía. Los nidos de ratas de madera bajo los matorrales de cactus cholla y las guaridas de las araña lobo y los hoyos de las madrigueras de roedores que perforaban el suelo granulado áspero. Los caminos dejados por el paso de mamíferos pequeños, lagartijas y borregos cimarrones silvestres eran como petroglifos arcanos.
En el calor hipnótico del verano, las serpientes de cascabel se enroscan en la sombra de los arbustos cuyas pocas hojas están marchitas, las tarántulas macho llaman a la luz de la luna a sus parejas y los cardenales rojos se paran en las ramas de los palos verdes, deslumbrando la vista como decoración de árbol de navidad. Todo está relativamente a salvo, ya que su estatus abarca el rango de un campo de concentración en medio de la Segunda Guerra Mundial por lo que hasta ahora está marginalmente protegido por ser un Refugio Nacional para la Vida Silvestre, por sus días de más de 100 grados, por lo remoto que está y por el poco atractivo que tendría para la gran mayoría, excepto para un cazador de ovejas y los discípulos del desierto como nosotros.
Aun así, mientras caminábamos en la frontera con México, admirando embelesados los picos y valles secretos de la Sierra El Choclo Duro, (las Montañas del Maíz Duro), no podíamos evitar rememorar que la pequeña reja de la frontera sería reemplazada con la muralla de acero de Donald Trump. Incluso los lugares más lejanos e inhóspitos, que desesperadamente habíamos soñado que nunca serían del interés de nadie, no están seguros de la violación. La muralla de la frontera avanzó recientemente a través territorios supuestamente protegidos y lugares sagrados de los lugareños indígenas, el pueblo Tohono O’odham. No importa si el muro o cualquier otra cosa es ilegal mientras que aquellos en el poder tengan la habilidad de hacer lo que quieran, lo harán, y la única forma de frenarlos es deshabilitándolos permanentemente. De nuevo, la pregunta crítica es: ¿cómo?
El apocalipsis no es un resultado inevitable. Si vamos a salvar los rizos de oro del clima del Holoceno, y si vamos a preservar cualquier oportunidad de tener un futuro decente y digno para la humanidad, la respuesta a esa pregunta crítica, ¿cómo frenar las fuerzas de destrucción?, debe empezar con el fin de los combustibles fósiles. Estamos investigando y compartiendo estrategias y tácticas efectivas para frenar los flujos. Aprende más de nuestra perspectiva general de cómo frenar los combustibles fósiles, y suscribiéndote a nuestra lista de correos más abajo.